Introducción



Ser uno mismo

Rosa y Javier llevaban casi dos años saliendo.

pareja

En opinión de Rosa, formaban la pareja perfecta. Estaba convencida de que Javier era el hombre con el que quería casarse.

Javier, en cambio, no parecía estar listo para formalizar un compromiso. Si a Rosa se le ocurría plantear cualquier tema de futuro, él cambiaba de tema.

Rosa empezó a desesperarse. Decidió que antes que la relación se estropeara por ello, tenía que adoptar una postura firme y clara. Y se determinó a planteárselo a Javier. Si para él la relación no era seria tendrían que romper.

Sabía que alejarse de él la destrozaría. Pero ya no veía otra alternativa. Lo que desde luego no haría sería suplicarle que le pidiese que se casara con él.

Una tarde, mientras se apresuraban por la calle para ir a cenar. Rosa iba absorta en sus pensamientos, ya que durante esa cena tenía la intención de hacerle ese planteamiento a Javier.

Pasaron junto a un hombre sin hogar.

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Estaba acurrucado en la acera intentando protegerse del gélido viento. La escena devolvió de golpe a Rosa a la realidad. Y se detuvo en seco ante la visión de ese desconocido sucio, hambriento y muerto de frío.

“Ahora mismo vuelvo” le dijo a Javier. Y sin mediar más palabra, cruzó rápidamente la calle. Entró en una tienda de artículos de segunda mano y más adelante, en la esquina, en un autoservicio. Cuando volvió iba cargada: En una bolsa grande llevaba un grueso abrigo de lana y de una pequeña sacó un envase de sopa caliente y un bocadillo recién hecho. “Tenga, esto es para usted”, dijo sencillamente.

Reanudaron su camino y Rosa volvió a sus pensamientos: Se juró en silencio que esa misma noche le diría a Javier como se sentía.

Una vez sentados, respiró hondo y empezó: “Javier, tengo algo importante que decirte…”

“Antes tengo que decirte algo yo a ti”, le interrumpió Javier.

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“Lo siento, no tengo un anillo. Pero tengo que pedírtelo: ¿Quieres casarte conmigo?”

La expresión de Rosa mostraba exactamente lo que su emoción le hacía sentir: Sorpresa, alegría… Y porque no decirlo, se sentía abrumada y extrañada a la vez. “¿Porqué en este momento?” logró mascullar como diciéndoselo sólo a sí misma.

“Cuando vi cómo te detenías para darle a ese indigente abrigo y comida caliente –dijo Javier-, pensé: ¿Cómo no voy a pasar el resto de mi vida con alguien así?

La historia, como puedes suponer, acaba con Rosa diciéndole que sí.

La mayoría de las veces creemos que para que las cosas mejoren deben ocurrir grandes cambios extraordinarios. En la mayoría de conflictos creemos que las soluciones pasan por largas conversaciones. Tenemos la tendencia a considerar que son los demás los que tienen que cambiar.

Pero no podemos cambiar a los demás; todo lo que podemos hacer es controlar lo que hacemos.

Gracias a un simple acto, Javier aprendió más sobre Rosa que con centenares de conversaciones con ella. La reacción instintiva de Rosa le dijo todo lo que necesitaba saber sobre los próximos veintitantos años de su vida.

Y todo cambió en un instante. En ese instante en el que Rosa menos pensó. Simple y sencillamente fue ella misma. Sin darle más vueltas. Y todo cambió.

Sé tu mism@.

Te abrazo.

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